Por nuestro camino tropezaremos con muchas personas, algunas fugaces que no recordaremos ni sus rostros y otras, que se harán sentir presentes, especialmente por los lugares especiales que ocupan en nuestro corazón.
Aquellas personas que nos acarician el alma, que nos hacen sentir esa tranquilidad que solo sentimos cuando estamos convencidos de que justo allí, en ese ser, está lo que con mayor propiedad, podemos llamar hogar, son las que sin duda se convierten en acompañantes perfectos en este viaje llamad vida.
Si alguien llega a tocar nuestra alma, para nutrirla, para hacerla vibrar, queramos que pertenezca en nuestras vidas. Sin embargo, muchas veces la mente se apodera del juego y terminamos jugando para ella. Esto ocurre cuando prevalece el miedo, el orgullo, la distancia, las guerras de poder, los complejos, cuando no se sanan las heridas del pasado e inconscientemente se traen al presente, no para hacerlas cicatrizar, sino para abrirlas y mostrar cuánto dolor pueden aun generar.
Todos conocemos nuestros límites y por sobre todas las cosas debemos preservar nuestra dignidad, pero no confundamos los términos y hagamos lo que nos dicte el corazón por mantener a nuestro lado y alimentar los nexos que nos hagan vibrar en alma, porque definitivamente cualquiera puede acariciar nuestro cuerpo, pero pocos acariciarán nuestra alma.
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